martes, diciembre 30, 2008

En el allá del Idilio Salvaje

En breve el año agotará las últimas horas, caerán de su árbol secas, a nutrir el humus de la memoria: a pudrir el tiempo. Comparto como último post del año un ensayo sobre el desierto y la poesía: Manuel José Othón y el Idilio Salvaje. Deseo a quien se acercó a este blog durante el 2008 un generoso 2009...




En el allá del Idilio Salvaje: Otros florecimientos

I

Puede ser: nos habitan muchos rostros del desierto. Máscaras de tierra seca, tiempo agrietado, siempre en movimiento. Diversidad es también el desierto, desde el sentido que le es impuesto a la palabra, por ejemplo, por la ciencia geográfica, hasta la metáfora que anida en la palabra misma y que nos ocupa y nos imanta con frecuencia. Esta ponencia, que no es sobre filosofía, sino que asienta insegura sus pies llenos de polvo sobre ciertas veredas poéticas, quiere referirse a una mínima fracción del enorme desierto de Chihuahua: la que se abre y es delimitada por las rutas que conectan Zacatecas y San Luis Potosí: senderos de plata ante todo, por la vocación original de minería de ambas ciudades, senderos construidos sobre la tierra ardiente y roja, que pierde su color en la medida que se vuelve Sur.
nnnnnDe Zacatecas a San Luis y viceversa: espacio que han compartido infinidad de viajantes, algunos somnolientos, otros desinteresados, y unos cuantos que se detienen y escuchan las misteriosas vibraciones que se emiten por aquí.
nnnnnDe San Luis a Zacatecas y viceversa: espacio, nudo de historia sobre el cual, está entretejida una rica tradición, que se articula en la capital potosina y se difunde hacia el norte, precursora.
nnnnnLas relaciones entre ambas ciudades son estrechas y llenas de idilios e intercambios por demás fructíferos, y una íntims filiación en coincidencias y digresiones literarias, desde finales del siglo XIX hasta la fecha: es bien sabido que el poeta jerezano Ramón López Velarde vivió en San Luis Potosí durante una buena cantidad de años, lapso en el cual aprendió y afiló sus dotes de creador y sin duda, derramó una considerable cantidad de versos entre adoquines, pilas bautismales y copas de mezcal. El otro poeta de la región, referente básico, es Manuel José Othón, potosino, nacido treinta años con un día antes que Ramón; Manuel nunca vivió en la hermana ciudad al norte, pero la conoció y frecuentó, debido sobre todo a los viajes que emprendía a las ciudades de Torreón y Saltillo y Durango, con motivo de su trabajo como legislador y leguleyo. He evitado los apelativos: el poeta laureado, el gran poeta, el excelso. Ambos autores comparten estos títulos que les otorgan los quehaceres institucionales. Más para desgracia de su obra y de sus posibles lectores, que para su provecho como figuras de efeméride y eventos oficiales; pues siempre resulta más difícil leer a una estatua que a un muerto.
nnnnnOtra muy generosa relación se estableció a inicios de los años setenta: con el arranque del programa de talleres del Instituto Nacional de Bellas Artes; el exiliado escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja fue el encargado de dirigir la primera promoción de jóvenes escritores de Talleres Literarios. La sede de este taller fue la Casa de la Cultura de San Luis Potosí –ahora transformada en Museo Francisco Javier Cossío: reflexiónese la implicación del cambio de nombre de Casa a Museo. Las jóvenes promesas de la región se acercaron a trabajar y aprender la disciplina del ya maduro Donoso. De este trabajo inicial, que aglutinó jóvenes de Aguascalientes, Coahuila, Zacatecas y San Luis Potosí, pronto se dejaron ver los frutos: en 1975 el zacatecano José de Jesús Sampedro se hizo acreedor al Premio Nacional de Poesía Aguascalientes con su libro Un (ejemplo) salto de gato pinto; en 1978 el potosino David Ojeda obtuvo el Premio Internacional de Cuento Casa de Las Américas, con su obra Las condiciones de la guerra. Quiero continuar y hacer mención de ambos escritores, como una referencia importantísima para la literatura del Centro-Norte de nuestro país: Sampedro como la cabeza de un proyecto editorial que comenzó con la aún perenne revista Dosfilos, anterior a Vuelta de Paz, y contemporánea de Tierra Adentro; proyecto que se expandió a cuadernos de poesía y narrativa, que reflejaron y publicaron gran parte del quehacer literario de los talleres ya implantados en el Centro-Norte del país, durante las siguientes décadas; David Ojeda, como un incansable viajero y coordinador de talleres literarios por toda la geografía nacional arriba del trópico de Cáncer, y forjador de una segunda generación de poetas y narradores del Norte, como Luis Humberto Croswaith, Jorge Humberto Chávez, Juan José Macías y Joel Plata, entre otros.
nnnnnEl desierto y sus fracciones vueltas verbo: el desierto y sus facciones reflejadas en los rostros de los que lo habitan. De Viceversa a San Luis, de Zacatecas a Viceverso.






II

nnnnnEs en el Viceverso donde se encuentra el desierto. Esta sección del mundo sobre la cual no abunda el agua, pero es apreciada y luchada por cada uno de los seres que lo vivimos. Tierra de cactáceas y flora de voluntad resistente, abundante sobre su piel agreste, como el nopal, la biznaga, el huizache, el mezquite, el toloache, el agave; todas trenzándose, con hilos de sangre y espinas, con una fauna que está acostumbrada al milagro: coyotes, correcaminos, lagartijas: especies que aceptan la sequedad, pues saben que tras ella está esperando lo húmedo, siempre a manera de revelación, de sorpresa y de muerte.
nnnnnEs ahí donde podemos acercarnos al desierto y darle su justo valor, acuñarle y brindarle nuevas semillas para volverse otra metáfora. De la Naturaleza a la palabra. Es el desierto entonces, el lugar donde acaece el milagro, es el nicho del Acontecer mismo. El desierto es un espacio donde hay presencia acechante de la Muerte: sí, en la aridez aprendemos, sabemos y custodiamos íntimamente la experiencia, la posibilidad de la muerte. Cada uno de los seres que habitan el desierto entiende su finitud ante la clara intuición de lo que niega la vida.
nnnnnY lo que posibilita también la vida, esa “excentricidad de la materia” acompañando a Cioran, es también la muerte, y sobre ambas florece el milagro. Es el desierto el telar para éste, para la espera de la lluvia, para el florecimiento no deseado, ni esperado, y por tanto más hermoso y certero: la flor de una cactácea es un latido profundo de lo sublime.
nnnnnQuisiera introducir un tercer mojón geográfico que sirva como acompañante o vigía, para delimitar con mayor certeza un área geográfica y metafórica: se trata de Real de Catorce, pueblo minero al Noroeste de San Luis Potosí, hasta hace poco enfantasmado y sin habitar, que ahora es repoblado por una oleada new age –digamos: una new order metafísica, vacía de dioses y en búsqueda de otros–que es atraída en enjambre por una de los frutos que únicamente posee este desierto: el lophophora williamsis, mejor conocido como peyote o hikuri, como lo conocen los huicholes.
nnnnnEl peyote y el hijo consentido del agave, el mezcal, ánimas embriagadoras del hombre, dones a su alcance, en el sentido profundo del don: es decir, en su simple darse, su sencillo estar ahí que no tiene un fin determinado, que no se encuentra para cumplir destinos de ningún Dios, o bien para ayudar al humanismo en su trayecto empecinado hacia el progreso; sí por el contrario, para brindar al hombre, a través de la embriaguez dionisiaca, una puerta de entrada a la comunión con lo Sagrado, es decir, con lo Otro de sí mismo, es decir, con su posibilidad de disolución en el Universo, con su Muerte.


nnnnnEs por ello que resulta de sumo interés el acercarse nuevamente a la obra poética de Manuel José Othón, el potosino, y descubrir que las referencias al desierto, a su entorno, son mucho menos que escasas dentro del corpus poético de su creación. Othón es, paradójicamente, un poeta que tiene una estrecha relación con la Naturaleza. Abundan en su obra los poemas que hacen referencia a ella y además, los poemas donde la naturaleza se convierte en el eje sobre el cual gira el discurso del poema. En su obra de madurez reunida en libro y publicada por él, Poemas Rústicos de 1902, encontramos una voz muy afilada y madura, de fino verso y amplio bagaje clasicista; pero además, se halla ahí el cantor más exaltado y profundo de la Naturaleza de todo el siglo XIX en el panorama mexicano. Poemas como: Psalmo del Fuego, el Himno de los Bosques, Canción del Otoño y La Noche Rústica de Walpurgis, nos revelan a un poeta que no es sólo un simple espectador de la Naturaleza, sino que la habita y la recorre, la vive: pero no la muere.
nnnnnLo diré con claridad: Manuel José Othón es un poeta de hálito metafísico. Esto no representa un jucio de valor en torno a su profundidad y calidad lírica, probada de antemano y recreada una y otra vez en su relectura; sí lo es, desde la dirección que estas palabras apuntan. Othón es un poeta que cree profunda y fervientemente en el Más allá. Para Othón, la muerte es sólo una transición, una fase borrosa del alma en su trayecto hacia su destino salvífico, con olor a agua bendita: el paraíso, el reino de los Cielos. Destino final que es negación de la esencia finita del hombre y de los entes que poseen vida. Othón canta a una naturaleza diferente a la existente en el desierto. Es la naturaleza de zonas más exhuberantes, cercanas a la metáfora del paraíso. Othón niega el desierto: ¿Quizá porque en él veía la lucha definitiva de la vida y la muerte, el reflejo idéntico de una sobre la otra, el paso definitivo de lo que erosiona, una nada activa?
nnnnnLa negación se hace clara en uno de los grandes poemas othonianos: “En el desierto. El idilio Salvaje” fechado en 1904. Este poema, dedicado a su amigo Alfonso Toro, refiere a la pasión generada por un amor fuera de las convenciones de la moral, en un yermo lugar no precisado, pero nominado llanamente como desierto. El poema lo escribió Othón en fervor a una mujer de estas tierras coahuilenses, con la cual sostuvo un idilio al margen de su matrimonio. Al no poder publicarlo sin suscitar sospechas, generó una dedicatoria para su amigo Alfonso Toro, y un primer soneto donde la explica.
nnnnnEn versos logradísimos, Othón celebra y expía, imanta al recuerdo y lo devuelve al naufragio. Es el canto de un amor de madurez, un bálsamo para sus carnes viejas: un amor que, prohibido, desaparece. Es un amor de la Muerte, es un amor del desierto:

¿Porqué a mi helada soledad viniste
cubierta con el último celaje
de un crepúsculo gris?...Mira el paisaje
árido y triste, inmensamente triste.
[i]

Ante la exhuberancia del amor, del cuerpo balsámico de esa mujer de tentación, se opone lo yermo, la lóbrega tristeza del desierto: así es como lo piensa (lo siente) Othón.

Silencio, lobreguez, pavor tremendos,
que viene sólo a interrumir apenas
el galope triunfal de los berrendos.
[...]
En la estepa maldita, bajo el peso
de sibilante grisa que asesina,
irgues tu talla escultural y fina
como un relieve en el confín impreso.
[ii]

La estepa es una maldición: una maldición en caso extremo, nos lleva a la muerte. Othón contrasta la imagen del desierto: ante ella, yergue la imagen de la mujer, de esa talla escultural y fina que se relieva, revelándose, en ese confín árido y maldito. El Idilio Salvaje es el canto de un amor que terminó. En el último soneto de los ocho, en el Envío, dos versos:

Do se alzaban los templos de mis diosas,
ya sólo queda el arenal inmenso.
[iii]

El arenal inmenso: finiquito de un amor pasional, donde irrumpe la erosión de lo que vive. El arenal, el desierto, es la ruina de los templos de las diosas, de los dioses. ¿Metáfora tan sólo de la ruina del amor? ¿Metáfora de un lugar que se parece más a un infierno condenatorio que a un salvífico cielo? Me atrevo a pensar que no. Que el desierto es mucho más, más que lo que teme y rehuye Othón[iv]. Como ya lo hemos dicho: el desierto no es un espacio ni una metáfora de la muerte, no queremos pensarlo así. El desierto es el espacio donde se trenzan ambas, vida y muerte, y sobre este tejido de afirmación acontece el milagro.
nnnnnDesierto: geografía por recorrer, metáfora que se entrega para estar siempre en refundación. Desierto palimpséstico, cuna y corola del milagro. Desierto: metáfora de los tiempos contemporáneos. Metáfora acuñada por Friedrich Nietzsche, nacido curiosamente entre los bosques y valles sajones, y desarrollada a través de la lectura del de Röcken por otro alemán, pero suabo, Martin Heidegger. Es la desertificación del mundo, es la expansión del desierto por la áridez creciente del ser humano y sus sociedades. En Nietzsche el desierto es el espacio que es propiciado por la irrupción del nihilismo en el ámbito del pensamiento, la erosión del pensamiento mismo y de la negación metafísica de la muerte, de nuestra característica de ser finitos. Lo yermo no viene propiamente de una falta de valores, si no más bien, de una petrificación y una sobresaturación de valores, que terminan por volverlos hueso de arena, arenal inmenso. El desierto es el espacio de las religiones fosilizadas, es el destino de las sociedades del progreso que ven al mundo como un objeto para ser explotado, es la cientifización de dios y la glorificación de la ciencia. Es esta noción metafórica y espritual, pero también geográfica: no podemos negar que Occidente está acabando con su mundo e incluso con la otra mitad del mundo. Bien, esta geografía natural y de pensamiento, debe afirmarse, recorrerse y ser cantada.

III

Nietzsche poeta, en sus Ditirambos de Dioniso, dice: Die Wüste wächst. El desierto crece. Para Martin Heidegger en ¿Qué significa pensar?, la desertización (die Verwüstung) es más peligrosa que la destrucción, pues esteriliza[v]. El desierto crece: metáfora del hombre de los tiempos que corren. Del hombre que rehúye al espíritu, que rehúye al habla como casa del pensamiento y como casa del Ser, es decir, del hombre que rehúye a preguntarse por su esencia, por lo que hay de sí en sí. Que rehúye por tanto, al pensamiento, a la poesía, y los niega como el único milagro, como el cactus floreciente en la aridez. Desierto no es aniquilación. Es espera y dificultad para sentir el milagro. Es conciencia de la muerte, y sobre esa lucha afirmación de las posibilidades de vivir. Pero es a pesar del desierto, y por él, que debe alzar el hombre sus trabajos y preguntas, y florecer desde la esencia de lo que lo hace hombre: el pensamiento, que más que tecné o ciencia o pura razón, se acerca a la revelación del Ser a través de la palabra: en los trabajos de la poesía, la espera y la recreación del milagro, el ejercicio de la lluvia desde su canto, el canto de una lluvia imposible que en su decir se hace posible.
nnnnnSeré concreto. El Hombre Moderno desertifica al desierto. El hombre que sólo cree en la razón, en la ciencia y en el progreso expande los desiertos, los arenales. En el otro lado, el poeta, ineludiblemente se ha vuelto un poeta, sino del desierto, al menos sí en el desierto. Él es el encargado de los florecimientos, el vigía de los milagros, el que entiende de la muerte y por lo tanto, afirma su vida, única y finita, sin más allás, desde el canto. No se trata aquí de poéticas, ni de parámetros ni reglas fijas sobre las cuales crear una poesía del desierto. Poética imana a concepto. Concepto imana a Ciencia. Ciencia a Progreso y volvemos a lo más yermo. La poesía del desierto alegra y refresca, nos lleva hacia el acontecer desde su escurrimiento verbal, cristalino, silencioso, y por supuesto, desde su claro florecimiento que es temporal. Que es el instante donde se celebran el mundo y el hombre cuando se piensa.
nnnnnEl desierto de Zacatecas a San Luis Potosí y la poesía que en él se alza. Poesía del desierto y en la aridez de la escasa lectura, en la aridez del poco diálogo con el main stream de las editoriales y los dictados poéticos del centro del país. Poesía a contracorriente, para variar y desvirgar a las costumbres. Manuel José Othón, negó constantemente al desierto y su posibilidad como naturaleza y metáfora y certeza de una muerte permanente; no obstante, este caminante y bucólico nos entregó algunos de los más altos registros de la poesía mexicana, abrió su verso como un milagro, lo hizo florecer, sin darse cuenta, como una flor del peyote en el desierto. En la actualidad altos registros, poesía que se abre entre los cactos y los ardientes rayos del sol, como en la obra de Javier Acosta, Jeanne Karen, Juan José Macías o Laura Elena González, de quien cito estos versos:

Una flor en el desierto.

Posa sus labios en la arena con la costumbre del dolor.

Agua del desierto protege a la flor brevísima.

En el velado roce de un aleteo sin fronteras
los sentidos reverberan,
y oscilantes paraísos condenan la mirada.

La flor aguarda la mañana primigenia de mis ojos.[vi]

Desierto, hogar de nuestras palabras, nuestras vidas brevísimas en la reverberancia de su sensibilia. Hueco de nuestros dioses y nuestros múltiples rostros. Hogar de esta flor donde nuestras mañanas, nuestras preguntas, aguardan.


[i] Othón, Manuel José, Poesías Completas, Comité “San Luis 400”-Ed. Jus, San Luis Potosí, 1992, p. 422
[ii] Ibid, p. 423
[iii] Ibid, p. 423
[iv] Quisiera mencionar aquí, someramente, un poema extraño dentro de toda la obra othoniana, el poema “La Nada”. En este poema, no coleccionado en vida del poeta dentro de libro alguno, Othón otea, como un último vigía en el acantilado de la seguridad metafísica, el océano embravecido del Caos, de la muerte y de la imposibilidad de un mundo posterior a éste. Othón, intuye y devela la Nada, la Nada activa que atraviesa a los entes, los erosiona y los lleva, a través de la Muerte, al estado original, el Caos primigenio, la Nada. Pero este texto es digno de una reflexión aparte.

[v] Cfr. Heidegger, Martin, Was heisst Denken?, Max Niemeyer Verlag, Tübingen, 1954, en formato electrónico.en especial los apartados III, V, VI de su primera parte. En español.
[vi] González, Laura E., Una flor en el desierto.. Publicado en la revista Funes, no. 3, U.A.Z., Zacatecas, 2005, p. 42

miércoles, diciembre 24, 2008

CANCIÓN DE NAVIDAD

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El mercado navideño en Stuttgart y Schiller al medio, hecho piedra del frío.
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CANCIÓN DE NAVIDAD


La casa de mis padres tiene nochebuenas que adornan la escalera.
Hay cervezas Nochebuena en la esquina del librero,
sobre el cual reposa un radio. El locutor abruma,
bebe el pronóstico del tiempo como cicuta del tiempo.
Hay cuatro televisores, tres personas,
un vacío del tamaño del ladrido de un perro,
del ventanal donde la muerte asoma algunas mañanas
para decir: te quiero en la invisibilidad,
hagamos cuentas: la summa mínima de todos tus latidos,
guiñapos que desprendieron del corazón
en anteriores navidades,
donde el único regalo posible
fue la envoltura de la noche a los pies de la mañana,
sin sol,
pero con niños que pasean las bicicletas nuevas,
muñecas tentando ya a las niñas de seis años,
y la amenaza de explosión de la gasolinera de la esquina,
fue más un rumor de sobremesa
que una probabilidad a punto de erupción.

En la casa de mis padres hay cactos,
y uno puede darse un blunt en la terraza trasera.

Regresa la Nochebuena al manantial del alba,igual que cualquier otra.
n
(Este poema pertenece al libro De Maitines a Vísperas, 2008)


jueves, diciembre 18, 2008

Lo que no he dicho es lo que hierve

El año se va. Dos semanas restan y empezamos a cambiar cabañuelas por monedas de azar. Aún adeudo el largo ensayo que hice sobre Othón, el que prometo subir para estos días, antes de que acabe el año 150 desde que vino al desierto. Aún nos falta mucho Othón afuera del Idilio Salvaje, de la Noche Rústica. ¿Quiénes serán los guapos? Entre tanto y tanto, dejo este poema como una treta para no descorchar el solsticio.




Geiser alegre en Yellowstone.



ERA UN CARMESÍ EN OFERTA



i

Escucho el flujo del laúd contra el batir de las hojas. Charco, oído: vibra el crujir del pan en la saliva, juego de serpientes en brama. Oigo un resorte de lava de rebotar en su corriente: medida inconclusa de lo eterno, un simple caminar de una palabra que no llega, ni a la punta, ni al cielo: hipo.


ii

Vine a saborear un haz de sol y me caí. La tarde estaba a pico de mar, novedad que me cruzó la lengua, la moví a tiro de biela y más adentro. Palpo y gusto el pedipalpo de la araña del rincón: me muevo hasta su tela, cruzo una región improbable de certezas y vuelvo al día: el haz, la cerveza, una forma de cortejo el condimento, el mosto: hidra crece al paladar.


iii
Todo lo que miro es lo que mira el cielo cuando azula. Cuanto muere es un puñado de arroz que agita el viento. Cuanto vive es el viento saboreando al arroz, oyéndolo contar sus horas flacas. En el terreno pedregoso de la imagen tiro una pizca de agua que provoca el espejismo. Sereno, hombres tomando su maleta para el viaje, una palabra que no llega a la estación. Lo que fermenta y pudre miro, el resto se lo dejo al sueño.

iv

Y queda por destilar otro molino, la residual sensibilia corresponde a la memoria: lo que toco es un registro en braille del deseo, agujero negro y ave en extinción. Afuera está el humo y lo atravieso, vuelvo al tocar de la mirada, al roce inclinado de la lengua, las caricias prolongadas en el tímpano. Martillo para quebrar la nuez de un dios. Un cuerpo de mujer rompe las vías del tren. Se agita y vuelve geiser. Lo que no he dicho es lo que hierve.

viernes, diciembre 12, 2008

La traducción de las sombras

Bueno, no requiere más explicación este poema. Hace frío en Zacatecas. El adoquín suelta vapor en la mañana, La Bufa ya está hecha una palabra de oro. El verdor a esperar, hasta el primer aviso del final de los hielos. Lo bueno es que el mundo nos impone los ciclos para celebrar. Lo único por reinventar es el nombre de los dioses. Salud.



OCTAVIO PAZ TRADUCIDO POR OCTAVIO PAZ

Un eco solo. Reflejo en estampida,
abre el aquelarre entre la carne y voz.

La ceniza de la fiesta es el coto de caza,
se busca un guiño igual para atar en palabra:
mas todo es movimiento, filo sin mella,
rayo imposible de fijar.

Desde la húmeda oquedad de los primeros:
(el hombre enfermo del aliento del ave,
rostro de ave,
caligrafía,
Galimatías,
del mareo que brota de la víscera bisonte)
Lascaux,
las cosas nacen para hincharse de la muerte,
la letra es resina testigo del proceso.

Ésa es la raíz de la palabra: el cuerpo,
la tensión ceñida del laúd que nos devana,
muslo y gesto,
musgo y signo:
humus de hombre al invocar homofonía.

La voz apareada con la voz:
traer el canto primero, por el camino boscoso,
de la ciudad a las naves,
de la quilla al pulmón de la tormenta,
a la única guerra que debe celebrarse:
la del fuego enfrentando su reflejo incombustible.

Quien traduce amamanta mil fantasmas.

martes, diciembre 02, 2008

LAS VOCES DEL RELÁMPAGO

TabulaEn días pasados se anunció que el Premio Nacional de Ensayo «Abigael Bohorquez», convocado por el Centro Cultural Tijuana y el Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noreste, en su edición 2008, era concedido al libro La experiencia del pensar: filosofía y poesía en Antonio Porchia y Roberto Juarroz, del poeta y escritor (¿hay alguna diferencia?) fresnillense Juan José Macías (1960). Una vez más, este premio se otorga a un autor zacatecano, después de Sergio Espinosa Proa y Sigifredo Esquivel Marín, que lo recibieron en 2006 y 2005 respectivamente. Al enterarme de esta noticia me dio gusto comprobar que la voz de Juan José Macías se afirma, paulatinamente, como una de las propuestas más sólidas, sinceras —y en tanto tal, excéntrica— de la literatura nacional y por supuesto, del ámbito zacatecano.
TabulaEn La experiencia del pensar: filosofía y poesía en Antonio Porchia y Roberto Juarroz, Macías se adentra en los senderos boscosos del pensamiento, el cual, mucho más allá de ofrecerse completo, andamiado, verticalizado en un sistema filosófico, encuentra su revelación más profunda en el decir poético. Al acercarse, —hermanado por la lectura, la admiración y la espera— a dos voces pensantes del abismo como las de Juarroz y Porchia, Macías discurre por algo más que un homenaje o una develación de la poética de aquellos: busca, y quizá encuentra, un reflejo de su búsqueda misma. No se puede escribir sinceramente de alguien, sobre alguien, sin que en lo más íntimo se encuentre un enramado de afecciones y coincidencias. El largo ensayo nos permite ahondar en una noción que se descubre nítida a lo largo de sus páginas: la poesía debe convocar al pensamiento, emerger de él, hacerlo que emerja. Juego síncrono, asíncrono, en el que todo pensamiento profundo deviene paradoja, imagen oscura, mas lúcida. Macías convoca a diversas voces para perfilar a los dos argentinos: Martin Heidegger, Gadamer, Borges, Pániker, entre otros. Al final, la serenidad de su propia voz nos acompaña e invita a la experiencia: la poesía, antes que ejercicio retórico y estridente juego de palabras, es antes un camino que descubre, a lo largo de su andar, zonas de amplia lucidez que sólo pueden acontecer desde el lenguaje. Lenguaje que voltea el rostro a los sinchos de la gramática, la ley moral o el artificio estético, para tornar(se), desde la sencillez en la expresión, casa de la presencia y del Ser.

Hongo en bosque de Polonia

TabulaLa auténtica experiencia poética sería la del pensar. La auténtica experiencia pensante, la de la poesía. Las figuras de los escritores argentinos Antonio Porchia (1885– 1968) y Roberto Juarroz (1925–1975), desde su íntima distancia y su cercana lejanía, nos preñan de esta actitud natural —cercana a lo originario— del quehacer poético sin mayores aspavientos ni pretensiones que el porque sí. Porque sí que es, si es que puede hablarse de ello, la esencia de lo que es. Juarroz admira la poesía, la disposición vital de Porchia, su cuidado. Y aprende en la medida que lo abismal puede ser transfusión. Hace de la paradoja y la reflexión la sombra sobre la cual se apoya su decir, y desde ahí lo limpia de todo accesorio inútil, lo vuelve una arquitectura imposible de derrumbar. Antonio Porchia, autor de un único libro, Voces, que ha visto modificaciones, alteraciones, reediciones, pero siempre desde la pureza del hecho que trasciende toda pretensión estética. Porchia escribe por necesidad. Escribe sólo lo necesario, para colmo. Y desde ahí se denuncia lo innecesario de mucho de lo escrito. Su figura es tímida, retraída, alejada de los avatares de las modas y los círculos del mundo literario. El decir que se desprende de sus Voces escapa a la mera literatura, retorna al decir más limpio, se mezcla con la experiencia de la vida y además, dice más en lo que calla. En sus abismos. Escritura fragmentraria, (ni aforismo, ni máxima: simple voz) que, al contrario de muchas, no piensa en triunfar sobre el olvido y, por ello mismo, lo traspasa como quien salta a la orilla de la playa las olas del mar. La voz, Voces, de Antonio Porchia se ofrecen como se ofrece el relámpago ante el mundo: única forma de traer al Ser a la presencia. La palabra de Juan José nos convida a participar de este rumbo, a diferir de él, a la discusión, al pensamiento. A la práctica de la poesía desde la trinchera de la apertura ante el mundo, y no sólo el retruécano del lenguaje.
TabulaCon este ensayo, que esperemos vea pronta publicación, es posible acercarse a las claves que fundan la última poesía de Macías, como atestiguan con nitidez sus libros más recientes: La expansión de las cosas infinitas (2006), Dos máscaras para Dioniso (2005) y Viene Hölderlin (2005). Poesía que arriesga a una claridad inusitada, que refiere, que hurga en los linderos del poema para preguntarse por él mismo. Lucidez que irrumpe en esta segunda parte de su producción y que difiere en mucho de sus primeros libros, como Sensualineal o Ánima Ascua. El pensar que disloca a la poesía misma, la saca de su artritis rimbombante y retórica, y la trae a madurez por los senderos de la revelación. Encontrar el filo de frescura entre la paja, como reza un verso de él mismo: «supongamos que hay una hoja fresca de eucalipto/ perdida entre la hierba seca». Una obra en expansión que merece aún muchas palabras, necesarias, que acompasen al relámpago.